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Preguntas para Resurrección y saqueo, de Germán Carrasco

✎ por Juan José Podestá / noviembre 2024

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En uno de los textos de Resurrección y saqueo (Editorial Deriva, 2024, p123), Carrasco señala: “Pero para eso el lector debe establecer un pacto y aceptar las siguientes escenas como poemas…” (“La pareja que busca trabajo”, 44).

¿Y si pensamos todo este libro como un comercio apremiante entre un lector que decide acometer una lectura de la manera en que le plazca y un hablante que propicia una mirada desajustada, no necesariamente ligada a la poesía, sino más bien a una escritura, a una mirada, una posición?: “El rescate aniquila el tiempo lineal / y permite, en la serenidad de lo caduco, / un diálogo con los muertos / así que conviértete en un rescatista sin hacer curso alguno / sólo buscando en la bodega.” (“Conviértete en un rescatista sin hacer curso alguno”, 13).

Desde el cerdo faenado sacamos provechos varios: patas, lomo, chuletas, orejas, cabeza, cuero, grasa, y de todo hacemos paté, estofados, parrilladas, saltados, y los textos de Carrasco se brindan crónica, discurso, poesía, prosa. Y en esa variedad el lector juega, equilibra, intenta estar cómodo. En las escrituras de Resurrección y saqueo hay desacomodo, desajustes evidenciados en temas que van a por algo pero acaban mostrando otra cosa, para finalmente ser leídos con un mapa propio: como un mapa propio. Señala Carrasco: “Desnudos / y a la intemperie / y que el tiempo nos convierta / en tiza / para escribir / lo que se borra.” (“Fundir las palabras en bronce”, 121).

El lector de Resurrección y saqueo son los homeless brasileños que relata de Certau: por las paredes de la ciudad van dibujando rutas íntimas, comunitarias, ora señalando lugares para comer gratis, ora apuntando sitios para el dormir. Telarañas de trayectorias fabricadas sobre las derrotas ya remarcadas de la institución. Existe otra cosa: “Fui a Lugar. / Fui a Un Sólido Castillo es Nuestro Dios / Caía agua desde una cabellera de pasto seco / desde el tercer piso, el sol iluminaba / como si fuera el ramo de cabelleras de cebada / de la cerveza que toma Dios” (“Lugar común de la mujer sin rostro”, 93).

Estos textos se ofrecen agudos y multifocales, semejantes a las arañas que no poco aparecen en el volumen, y cuyas patas señalan rumbos diversos, tejidos que proliferan. Telarañas de sentido, p.ej.: “Tengo un padrenuestro pegado en el labio, un cuerito ínfimo y tenaz / que nunca se puede arrancar del todo.” (“El padrastro nuestro de cada día”, 122).

¿Cómo leer este libro de Germán Carrasco?: de muchas formas, y también como pasajes-paisajes de fragmentos y apuntes en los que reverbera una escritura: la mirada de una escritura.

¿Qué saquea este libro?: lugares comunes. ¿Qué resucita?: un mirar agudo, un observar más allá del bloque de departamentos y que intenta planear en los jardines que surgen después del cemento, cemento que es concreto y dureza, pero también crisálida y mariposa: “La ciudad son espejismos arquitectónicos / en donde se refleja el crepúsculo / que rebota en la cordillera. / En esos espejismos se produce / dinero con dinero / y ahí se reflejan” (“Elefantes blancos”, 89).

El lector de Resurrección y saqueo podría ser un pesquisero, cuya labor semeja la del o de la que va con carro de supermercado recogiendo todo lo que se le ofrece por la calle —fotos, utensilios para comer, cedés, cajas metálicas, cabezas de muñecas— e ir así armando una cartografía subjetiva.

¿Qué mira Resurrección y saqueo? ¿Cómo mira Resurrección y saqueo? Observe como observe, este texto siempre deja de decir algo para decir otra cosa —mientras dice aquello—. Plasma —recortados— hechos y sentidos; ajusta lente, dispara, el flash se expande y/o contrae: otra imagen (no la que pensábamos) es lo que queda luego de leer, pero con los restos de aquella. Los ecos que devuelven los textos son lejanos y contiguos al texto mismo: lo abomban, lo resuenan, lo multiplican, lo iluminan y opacan. Escribe Carrasco: solidez para las obras públicas, levedad para el poema:

El hombre araña

De todo laberinto que no sea Atacama o el Sahara

se sale por arriba. Obvio. Pero ese arriba, esa salida,

no es ningún dios celestial ni cosa que se parezca.

De todo laberinto se sale por arriba con sigilo,

con la motricidad fina de un robo con escalamiento,

con destreza, con cuidado, como quien hace el amor

con alguien que hace el amor por primera vez.

Se sale con ventosas en las manos y en los pies

o con un traje ceñido de ninja protegido por la noche

que lo ama que es una con él. Y con una adiestrada

elongación de años:

esa es la única manera.

(Resurrección y Saqueo, p47)

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