Por el derecho a la ficción: La gran intemperie, tercera edición
✎ por Alfonso Medrano / abril 20251.—
Comúnmente, cuando pienso en la palabra intemperie, tiendo a recordar un poema de Gonzalo Rojas, en el cual exhorta a los intelectuales diciendo. Yo los quisiera ver en los mares del sur / una noche de viento real, con la cabeza / vaciada en frío, oliendo / la soledad del mundo, sin luna, / sin explicación posible, / fumando en el terror del desamparo. En esta estrofa, a mi entender, bellísima, prevalece el abandono, la indefensión, el encuentro con el misterio, con eso que no tiene explicación. A su vez, cuando pienso en intemperie, también pienso en la palabra interpelar, que me gusta mucho, y en el estado de intemperancia, que es el descontrol y desenfreno o desmesura, que en ciertas situaciones nos comanda y gobierna. No se bien, o no puedo precisar, bajo qué estado de ánimo, Massiel escribió este conjunto de cuentos, pero imagino, quiero decir, intuyo, que fue, explorando las huellas de la violencia histórica, o temas que hace muy poco eran Tabú, interrogando sus gustos y sus pasiones, dudando de ellas también, pero sobre todo, encontrándose a solas, a la intemperie, con el lenguaje y la narración, con la confesión y el relato.
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En una época, en que el auge de la autoficción parece no tener contrapeso, en que el “yo” se ha convertido en el mejor de los casos, en un régimen literario, en un fenómeno comercial, en el peor, Massiel, echa mano al extrañamiento, al ritmo narrativo, a la invención, a construir una voz, a la paradoja, a la pregunta por la cita y el plagio, a la reflexión sobre la propiedad, a la construcción de personajes, a la estructura narrativa; en definitiva, a la forma y al estilo, las bases sobre las que reposa la literatura. En el libro, “No me cuentes tu vida” de Luis García Montero, se hace alusión a que el “Yo” para no aburrir, debe hacerse narrador. Exigencia que Massiel cumple en todos sus relatos, incluso en los más íntimos, en los más confesionales, como es el caso del cuento, Una Historia Sencilla, en que dos amigas, se acompañan y conversan, una habla mientras la otra dibuja, luego caminan entre medio del invierno, a la intemperie, para volver a refugiarse junto a una estufa que termina por apagarse y dejarlas solas con el olor a gas. En este cuento, la confesión se transforma en relato porque el relato tiene los atributos que antes mencione, pero sobre todo, porque el yo narrativo no es nunca una transcripción directa del sujeto, sino una construcción , porque el cuento no se basa en contar quién es, o quién son sus protagonistas, sino, en convertir la autenticidad en una categoría estética, en una ilusión de orden narrativo. En este sentido, el cuento no renuncia a la complejidad formal, no se entrega a la verdad biografía, sino que juega con la ficción.
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El derecho a la ficción, debería ser un motivo más en las listas reivindicativas de los movimientos sociales. Gracias a esto, podemos reforestar la imaginación, y pensar, por ejemplo, en nuevos modos de organización política. Resulta desmoralizante, que la idea de fin de mundo se encuentre tan presente en la cabeza de todxs, pero no así la idea de un orden distinto para el estado de las cosas. En todo momento, en toda época, la sociedad vive trastornos históricos, y es un ejercicio necesario dar cuenta literariamente de ellos, y no abandonar estos hechos solamente a la prensa y el sensacionalismo. Algo así como lo que hace Massiel en el relato Palíndromo, apuntando al desastre de la institución del sename , institución que hoy, irónicamente, lleva por nombre, mejor niñez. O lo que también se puede ver representado en el cuento, La Estatua, en que toma los archivos judiciales del caso del cura pedófilo, John O’Reilly, de la congregación Legionarios de Cristo, quién por abuso reiterado de estudiantes del colegio Cumbres, fue condenado a cuatro años y un día de presidio menor, con el beneficio de libertad vigilada. Hechos como estos suceden a diario, sin ir más lejos, la muerte de dos menores de edad en el estadio monumental, ha generado una serie de debates en torno a la delincuencia, pero casi ningún comentario, al actuar de carabineros, responsables directos del asesinato. A qué se debe esta distracción, imagino que a una operación, una más, de ocultamiento e impunidad, de instalación de un discurso, de inversión de prioridades y de hechos, en definitiva, de violencia y montaje. Quizas, seria bueno estudiar el efecto que tiene la política en la lengua de una época, que palabras el poder introduce y que palabras quita del debate público.
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La oralidad es capaz de escribir el habla, se juega en la sintaxis y en el ritmo de la frase. “Ponte tu”, dice la narradora de uno de estos cuentos, expresión que utiliza como ancla, o como daga, para fijar la atención de quien lee la historia de dos personajes que parecen moverse entre la amistad y el desastre personal. Sin embargo, y más allá de su estilo oral, lo que más disfruto de estos cuentos, es ese estilo íntimo que recorre cada relato, un estilo que parece ser propio de su autora y que suena musical, con algunos neologismos, alusiones o jerga administrada con justicia, o sea, sin abusos. Expresiones que se han dado para construir una poética del cuento, en donde sus personajes no reivindican ninguna identidad particular, ninguna identidad promocionable, sino que, desnudos y a la intemperie, organizan una serie de relatos llenos de tensión ética, estética y narrativa.